La Galería [Privado]

Hacía fresco en la galería. Supuso que el aire acondicionado estaría en funcionamiento, pero a juzgar por la temperatura ambiental nadie lo diría. Cada vez que pensaba en hablar con el encargado de mantenimiento, sin embargo, veía a la gente con chaquetas y abrigos: Viviendo en Inglaterra se daba cuenta de que sus habitantes estaban hechos a la medida del tiempo atmosférico, al igual que ella. Este último no le molestaba, eso está claro, pero de vez en cuando lo percibía con un ligero estremecimiento. Entre otras cosas, su situación le impedía sentir frío. Su primera colección, al fin, estaba expuesta en una galería londinense, y el estado de agitación permanente que sufría más bien le acaloraba. No obstante conseguía disimularlo muy bien, y charlaba con naturalidad con todo el visitante que se acercase a felicitarla; no se necesita mucha concentración para hilvanar una conversación banal.

Caminó como un interesado más por delante de las obras, y se detuvo en una de ellas. De las más inusitadas de las que había presentado; en lugar de verde utilizó añil, siguiendo en la misma gama con el violeta para los hibiscos. Tal vez fuera lo extraño de una tonalidad tan fría para unas flores tropicales lo que llamaba la atención, y en el fondo tenía un cierto atractivo. Bajó un poco más la mirada y leyó la discreta placa bajo el lienzo enmarcado.


Tras echarle un último vistazo al cuadro, siguió caminando a lo largo de la galería que la noche anterior había recorrido tantas veces, sola y en silencio. La noche antes del estreno. En ese momento, a las cinco de la tarde de un mes de Febrero, los murmullos de los visitantes se confundían con el repiqueteo lento del tacón grueso de sus botas. ¿De qué hablarían? ¿Qué estarían pensando de su obra aquellos que no le dijeron su opinión directamente? Tal vez incluso merodeara algún crítico por allí. Tan sólo deseaba que, en ese caso, no fuera muy duro con la novata, pese a que llevaba años pintando. Todos se habían vuelto muy escrupulosos últimamente.

En ese momento la lluvia arreció en el exterior, y Amy se alegró de haber dejado la vespa en el aparcamiento. Oyó gente llegar; dejar los paraguas, secarse los pies en el felpudo, nuevos murmullos. También vio gente que se marchaba a paso rápido. El lugar parecía una iglesia pequeña: Humildes grupos de personas que iban y venían en relativo silencio, dejaban un poco de su curiosidad y, a veces, admiración, y se marchaban con imágenes de arte como bálsamo a su sed de belleza.

Aunque parezca extraño dada la situación del lugar donde vivo, me dirigía hacia una zona relativamente cercana y, al terminar de bajar las escaleras del edificio, abrí la pesada puerta de hierro y cristal de la entrada. La lluvia se había intensificado. No tenía tiempo que perder y, sacando el folleto de mi bolsillo, miré por última vez la dirección.

Mika - Bien... hace veinte minutos que empezó la exposición, no puedo permitirme subir en busca de un paraguas. - Dije en voz baja mientras releía el nombre de la artista y la colección expuesta.

Empecé a correr bajo la lluvia, cruzando los entre pasos peatonales sin precaución con los coches. Sólo me dirigían en dirección a la calle que en el folleto estaba indicado. El único problema es que la lluvia se agravaba y tuve que detenerme debajo del toldo de una cafetería cercana.

Mika - Dios... no puedo esperar más tiempo. - Murmuré mientras miraba como la lluvia, acompañada con vientos fuertes, chocaba contra mi rostro a pesar de estar cubierto. por la parte de arriba.

Salí hacia afuera y empecé a correr bajo la lluvia sin pensarlo demasiado. Lo curioso es que, a pesar de conocer la dirección, la lluvia hacía que no prestase atención a las calles que tomaba y, culpa de mi inmensa torpeza, me perdí.

Mika - No puedo creer que vaya a perderme la exposición... - Dije algo triste mientras miraba el folleto bajo la lluvia, el cual estaba empapado y la tinta de las letras empezaba a correrse. Un desastre.

Comencé caminar bajo la fuerte lluvia a paso lento. La tristeza que me acompañaba, culpa de mi anormal incapacidad para encontrar una calle en la zona en la que vivía, me desmoralizaba por completo. Bien sabía Marie lo que me gustaba el arte cuando me entregó el folleto ayer noche. Ilusionada me dijo que no podía perderme las obras de lo que parecía ser una joven novata pero con un gran talento. ¿Qué cara pondrá si le digo que no pude llegar?.

Escuché gente hablar mientras miraba el folleto y, al mirar a mi derecha, ví una entrada iluminada con varias personas y un cartel que rezaba así:


No cabía en mí de felicidad y pude sentir como sin pensarlo, una gran sonrisa se dibujaba en mi rostro. Subí corriendo las escaleras y entré al lugar. Parecía ser que la exposición estaba en la primera planta. Empecé a correr por las escaleras hasta llegar a la segunda planta y entrar en la sala de forma estrepitosa. La gente, un tanto refinada, me miraba con despreció.

Empecé a caminar, mojando por completo el suelo del lugar. Caminé entre la gente y me detuve en un cuadro de colores fríos, mezclado con algunos cálidos. Me resultaba una mezcla extraña debido al contraste, pero hermoso y muy atrayente.

No me había dado cuenta pero el lugar se había quedado completamente en silencio tras mi llegada. Tal era ese silencio que podía escucharse el repicar de las gotas que resbalaban de mi ropa y chocaban contra el mármol del suelo. Al voltear hacia los lados, fijando mi atención hacia los que estaban cerca de mí, pude darme cuenta de que la gran mayoría me miraban desagradados. Con algo de vergüenza, me quité el gorro empapado de la cabeza y lo apreté entre mis manos, sin darme cuenta de que esto iba a ser aún peor...

El agua que había absorbido el gorro cayó como un grifo abierto al suelo cuando lo apreté entre mis manos. Si pensaba que mi entrada no había levantado mucho interés, ahora lo había hecho. Varios murmullos se levantaron en la sala y pude escuchar algún que otro comentario desagradable contra mi persona.

- Mira como viste ese chico... da pena.

- Lo peor de todo no es su aspecto, sino lo indecoroso de su presencia. Es penoso... cierto.

Al escuchar estas palabras, giré sobre mis tobillos y empecé a caminar a paso rápido entre las personas sin despegar la mirada del suelo. La vergüenza recorría mi cuerpo y en ese momento sólo deseaba huir. Al salir de la sala empecé a correr por las escaleras.
Comencé a correr entre la fuerte lluvia al salir del edificio, pero ello ya no importaba. Unas gotas mucho más graves y dolorosas, aunque en menor medida, recorrían mi rostro. Esas pequeñas gotas dolían más que cualquier tormenta.

En su divagar por la exposición podía observar a muchas personas, y se maravillaba continuamente de cuán diferentes eran las unas de las otras. Eso le daba a entender que el arte, y más concretamente su arte, alcanzaba mentalidades, sexos, edades y almas de todo tipo, sin distinciones. Una mujer mayor, bien vestida y elegantemente peinada se entretenía en colores y formas de una de las últimas obras de la colección, mientras que un niño pequeño jugaba a saltar a la pata coja en el pasillo. Cuando su padre le riñó y le aconsejó que no mirara, sino que observara los cuadros, aquel chiquillo estuvo casi diez minutos enfrascado en el lienzo siguiente. Amy no podía sino sentirse orgullosa de lo que había creado: Por primera vez en su vida no sólo disfrutaba ella de su mayor pasión, sino que asimismo le ofrecía ese placer a muchas personas más.

Entre el pequeño grupo disperso de gente distinguió a Thomas Barry; uno de los críticos de arte más conocidos de Londres. Al verlo no pudo evitar sentir un fuerte nudo en el estómago, pero se sobrepuso y trató de no pensar en él. Lo mejor sería que se acercara a la cafetería de la planta baja a tomar algo. Realmente no tenía muchas ganas de comer, pero teniendo en cuenta que no ingería algo desde hacía horas, sería conveniente.

Llevaba un par de minutos discutiendo con su estómago cuando escuchó chirrido de pasos húmedos en la planta baja. Eran pisadas rápidas y al poco se precipitaron en la galería, deteniendo bruscamente su ritmo. Al estar en otro pasillo no pudo ver quién era, pero había tomado la determinación de bajar a la cafetería. Por tanto debía echar a andar forzosamente en esa dirección, encontrándose al poco con el objeto del súbito silencio de la exposición. No pudo evitar ralentizar un poco el paso para observarlo con curiosidad pero disimulo; no disgustada, pero inevitablemente sorprendida por la apariencia insólita y además, mojada, de aquel muchacho. Al principio se concentraba en los cuadros, pero parecía que, poco a poco, los murmullos de desaprobación de la gente iban haciendo mella en él, y la vergüenza se hizo paso en su cara.

Torció el gorro, y el agua se derramó en el suelo. Para entonces Amy ya había pasado por su lado, pero no pudo más que sorprenderse de nuevo cuando la mujer mayor de antes abandonó la sala, indignada. No entendió esa reacción de ninguna de las maneras; ¿Qué le molestaba a ella que el suelo estuviera goteado? ¿Acaso iba descalza? No mucho después de esto, cuando la pintora se encontraba en el umbral de las escaleras, el chico de antes pasó veloz a su lado. Tal vez por pillarle desprevenida no pudo gritar a tiempo un “Espera”, que murió en su boca mientras veía cómo se marchaba. Apoyó una mano en la barandilla, y no se movió de las escaleras hasta dejar de oír sus pasos, que se perdieron en la calle.