Parque Madwood.

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Había corrido sin descanso durante varios minutos bajo la intensa lluvia que asolaba la ciudad londinense aquél día. Ni si quiera había tomado tiempo para fijarme por donde iba, pero al detenerme y levantar los ojos, pude comprobar que me encontraba en el embarrado y penoso parque Madwood. La lluvia lo estaba dejando en un estado penoso. Corrí empapado hacia el árbol donde me encontré por primera vez con Marie.

¿Cómo podía haber ocurrido aquello? La escena se repetía una y otra vez en mi incriminatoria mente. Culpándome a ratos de la vergüenza pasada en la galería.

Mika - Yo... nunca debí acercarme a un sitio como ese, no tengo el nivel para presentarme en lugares así, por más que ame el arte. - No pude evitar por más que me esforzase a ello en evitar sendas lágrimas recorriendo mis mejillas. Tras eso, mis ojos desbocaron en una profunda tristeza y eso, era aún peor de evitar.

Las tres horas que pasaron desde la apertura vespertina de la exposición se consumieron con rapidez. Tuvo tiempo de hablar con más gente de la que creía que le sacaría tema de conversación, y descubrió a través de esas personas otras maneras de enfocar sus pinturas; otra manera de interpretar un sentimiento. La lluvia poco a poco iba arreciando en el exterior, pero siempre seguía persistiendo esa llovizna y esa humedad, que le hacían agradecer haber nacido con el pelo tan lacio. El olor del té y el café se iban disolviendo en el aire conforme el tiempo pasaba, igual que el número de visitantes. Aún quedaban dos días para el cierre de la galería de todas formas, ya habría tiempo para la venida de los rezagados.

Aquello le recordó al encuentro con el muchacho de la lluvia, una hora y algo atrás. Era una lástima que se hubiera ido tan pronto; parecía que le gustó lo que iba viendo hasta que se detuvo. Debía no tener paraguas si llegó así de mojado, y posiblemente en esos momentos, una nube de vergüenza en el alma.

Ya no quedaba nadie en la exposición. Un pesado silencio se había asentado en el lugar, y el pub de abajo empezaba a llenarse con el sonido de la actividad nocturna: La noche había caído en Londres. Tomó la gabardina del perchero de la entrada junto con su bolso, y tras salir cerró las puertas de la galería con llave. Una brisa cálida le llegaba de la planta baja conforme iba descendiendo por las escaleras, y con una ligera sonrisa se despidió del dueño del local, detrás de la barra. La temperatura exterior hacía un gran contraste con la del interior, y se ajustó la gabardina beige. Aún era temprano para cenar – sería cosa de las ocho –, pero tarde para tomarse un café. Podría ir a sentarse un rato al parque, después de haber estado caminando casi todo el día; no tardó apenas en llegar a las puertas metálicas del recinto boscoso y húmedo, y caminó pisando con cuidado la tierra mojada bajo su paraguas de colores.

Aunque se hubiera ido el sol, la luz de las farolas iluminaba bien el lugar. No hacía tanto frío como otros días ahora que se había acostumbrado, pero el aire puro era un bálsamo para sus pulmones. Aquellos que se quejaban tanto del estrés deberían dar un paseo por allí de vez en cuando en lugar de pagar millonadas a los psicólogos, o mudarse al campo. ¿Quién dijo que en las ciudades no había remansos de naturaleza o paz? Tan sólo era cuestión de coger unos… Un momento. No estaba sola. Un muchacho estaba sentado a los pies de un árbol, pero no le llamó la atención ese hecho sino que se trataba del de la exposición.

Se acercó al mismo paso que antes, deteniéndose a poco más de medio metro. Le saludó con una sonrisa, tapándolo un poco con el paraguas.

- Hola – dijo con suavidad – ¿Tú estabas en la exposición, verdad?

¿Cuanto tiempo había pasado? He perdido la cuenta. Y, realmente, ¿estaba pendiente de ello? Sólo estaba sumido en mis pensamientos auto-mutiladores de la estima. Sabía que era un acto destructivo y que no hace nada de bien en mi ser, pero esa sensación de ser inferior, arraigada desde la cuna, me hacía hundirme más en aquel fango espeso, casí petrolífero, lleno de sensaciones de inferioridad.

Mika - Es lo más parecido al Naturalismo, ¿cierto? Mi forma de ver la vida de las personas... - Susurré algo más calmado, aunque más bien resignado.

Elevé el rostro hasta fijar mi vista en el parque al que Marie traía a los niños a jugar, para luego volver a mirar al barro entre mis piernas; es como si en ese lugar estuviera enterrando todos mis pensamientos... ¿O realmente me enterraba yo?.

Una suave voz me distrajo de mis pensamientos y levanté la cabeza algo asustado. Al llevar mi vista hacia enfrente me encontré con una chica de cabellos dorados, intensos. Me quedé prendado de la imagen de aquella mujer, la cual hacía contraste con el fondo negro de Londres gracias a su vívido cabello.

No había caído en cuenta, pero ella menciona la exposición... había visto el desastre de mi presencia en aquel lugar.

Mika - Yo... si, estaba en la exposición de Opus Invernadero... - Dije mirándola de reojo, algo avergonzado por la posibilidad de que aquella chica me recordase por aquel suceso tan desagradable.

No se había equivocado: Era el mismo. Parecía que se sobresaltó un poco (sospechó que había interrumpido estrepitosamente sus pensamientos) y se mordió la lengua para no disculparse. A fin de cuentas, no podía asegurar que lo había hecho, y a modo de excusar su falta de delicadeza, esbozó una sonrisa amigable. Parecía algo avergonzado, nada que no arreglase una buena conversación: Parecía un buen muchacho. Con un movimiento ligero se acuclilló a su lado, ignorando que la falda, por larga, arrastraba por el barro. Tampoco le importaba demasiado.

- Me sonaba de haberte visto, pero te fuiste tan pronto... Los últimos fueron los que más trabajo me costaron – añadí con una suave risita –. ¿Cómo te llamas?

La lluvia arreció un poco, pero por suerte estaban resguardados bajo el paraguas. Aquel chico le inspiraba curiosidad, y parecía haber estado disfrutando con la pintura antes de que la intolerancia popular le hiciera escapar de allí. Le pasó por la cabeza que no parecía inglés; su piel era incluso más clara, y sus rasgos más nórdicos. Sin embargo, no se le notaba acento alguno. Tal vez se hubiera criado en Inglaterra desde pequeño, o fuese de padres ingleses...

Ya estaba empezando a divagar. Siempre tenía que acabar metiéndome en las vidas de la gente, qué remedio.

La chica me miró sonriente y se situó de cuclillas a mi lado. Reprimí el impulso de apartarme de ella por no ser descortés. No se merecería eso, ya que está siendo muy amable conmigo. La miré de reojo y vi como su falda se llenaba de barro. Esto me preocupó bastante ya que ver como se ensuciaba por sentarse a mi lado me hacía sentir culpable.

Amy - Me sonaba de haberte visto, pero te fuiste tan pronto... Los últimos fueron los que más trabajo me costaron. – Al terminar su frase volteé el rostro y la miré con los ojos muy abiertos. ¿Era ella la pintora? –. ¿Cómo te llamas?

Mika - ¿Eres tú la pintora del Opus Invernadero? - Dije sonriente. No podía creer que tuviera a la mujer que había obrado aquellos cuadros a mi lado, sentada en el barro y hablando conmigo. - Tengo tanta suerte de hablar con una artista tan talentosa como tú... - Volteé el rostro mientras la lluvia empeoraba cada vez más. No me había dado cuenta pero el paraguas de aquella chica nos resguardaba a los dos de la lluvia. Estábamos muy pegados. Este hecho empezó a ponerme muy nervioso y sentí como la piel de mi rostro ardía. - Mi nombre es Mika Vatanen, y siento mucho haber causado aquél desastre al entrar en tu exposición. - Tenía deseos de voltear y mirarla a los ojos. Es muy hermosa. - Me hubiera gustado ver tus cuadros, pero hoy era el único día libre que tenía para poder verlos en el tiempo que vas a tener la exposición abierta y... no croe que alguien como yo pudiera entrar ahí de todas formas. - Al final reprimí mis deseos de voltear a verla. Todavía me sentía avergonzado por lo sucedido en la exposición.